Cuando nació mi bebé vivíamos en una residencia de artistas en la ciudad de Hamburgo, al norte de Alemania.
Recuerdo el día al llegar del hospital con el recién nacido y encontrarnos la puerta de nuestro espacio repleta de flores, plantas, osos de peluche, carteles de bienvenida. Al día siguiente algunos residentes se acercaron con comida entre eso un Risotto que aún recuerdo. Así los primeros días transcurrieron con visitas de la casa para conocer al nuevo integrante. Algunos nos miraban maravillados y otros sorprendidos. Los días pasaron y los meses también pero nadie más trajo comida ni visitó especialmente porque lo normal, la vida sigue pero yo no entendía cómo mi bebé tiene dos meses ¿Y nadie se da cuenta TODO lo que pasó?
Ese mundo que tenía ahí en esa residencia me resultó de repente lejano y absurdo. Me resultaba extraño que me hablen de proyectos y trabajos como si nada, mientras el bebé dormía sobre mi pecho en el foulard, como no me preguntan como estoy o si necesito un Risotto. El olor a cigarrillo en los pasillos me seguía dando náuseas pero muchas veces una parte de mi deseaba estar ahí afuera, fumando en la galería y organizando las próximas muestras. Los veía a todos tan independientes y con tanto tiempo para sus vidas que los envidiaba.
Mi trabajo como ilustradora me resultó estresante y agotador además de la mayoría de las veces muy mal pago. Revisé mi Portfolio y entre los encargos para revistas, artículos, marcas encontré solo dibujos que no me representaban. ¿Dónde estoy yo ahí? Borre mi página de internet. Además llegué a pensar y sentir que una práctica artística y la maternidad eran para mi irreconciliables.
Nuestra familia pedía fotos por celular tras un océano de distancia y nosotros vivíamos los días siendo tres sin saber la fecha exacta.
El grupo de mamis que había conocido en el curso pre-parto me entristecía. Ellas hablaban en un alemán rapidísimo que yo no podía seguir y comparaban sus cochecitos nuevos que a mi no me interesaba comprar. Bromeaban sobre cuánto faltaba para dejar al bebé en la guardería y continuar con sus carreras profesionales. Yo también quería eso pero a la vez sólo quería estar disponible para mi bebé y esa dicotomía me angustiaba.
Estoy fuera de lo que era mi mundo con un cuerpo transformado que no reconozco y no tengo arte.
Mientras tanto sentía que rebalsaba de emociones que no podía poner en ningún lado.
Un día una mujer me escribió para invitarme a dar unos talleres de pintura y promocionar los materiales para la firma que trabajaba. Cuando le conté donde vivía se entusiasmó porque había oído hablar de esa residencia. Llegó a mi casa con una valija llena de materiales artísticos. El día anterior yo había estado ordenado el taller al que ya casi no iba. Ella puso sobre la mesa Acuarelas, Gouache, y unos acrílicos nuevos que eran con los que tenía que pintar. Además de mostrarme muchísimos y hermosos pinceles. Me iban a pagar los días de trabajo y me dejaban todos esos materiales para mi.
Ella me contó de los acrílicos nuevos que tenían un rojo sin cadmio. Un rojo que no era tóxico pero era igual de rojo como el rojo de cadmio. Contales que te gusta pintar con eso porque tenes un niño pequeño dijo, y me sonrió guiñando un ojo. - Pero casi no puedo pintar con él ahí a mi lado le dije. - Lo sé, yo también tengo un hijo, pero vos decilo porque a la gente le va a gustar.
El primer taller fue en las afueras de la ciudad para un Workshop en una librería artística. Quienes asistieron eran todas señoras mayores que pintaban paisajes en su casa. Lo primero que les dije es que yo tenía un niño pequeño y por eso me gustaba pintar con esos acrílicos, porque no eran tóxicos. Una cosa llevó a la otra y les terminé contando que igual hacía meses que casi no visitaba mi taller y de lo desafiante que era para mi maternar y que me sentía sola. Maternar es desafiante confirmaban con risa cómplice. Una dijo estamos siempre solas y por eso yo pinto, para encontrarme allí. Eran unas señoras muy agradables, muy interesadas por los materiales, la técnica y el arte de la conversación. Así compartieron todas porque pintaban y las que no sabían se lo pusieron a pensar. Todas las respuestas me conmovieron y me entusiasmaron a probar todos esos nuevos materiales que me esperaban en casa. Conversamos dos horas y les propuse que construyamos un cuadro entre todas y me digan que ir pintando mientras yo les mostraba en cada propuesta las técnicas y los materiales expuestos. Una señora me dijo que dibuje un tigre con ese rojo sin cadmio porque es así como hay que llevar la maternidad: Como una tigresa. Con garras y valentía.
Al final del día muchas compraron el pincel que yo estaba usando y los acrílicos rojos no tóxicos. Yo me fui en el colectivo con una imagen gigante de una mujer cabalgando un tigre y llevando a su bebito a cococho.
Entonces Joan ya tenía casi diez meses y encontré un libro que me inspiró: Maternidades subversivas, de María Llopis. Un libro que recopila una serie de entrevistas a mapaternidades disidentes, creadoras, rebeldes, libres. Y todas las demás lecturas surgieron de ahí porque fui buscando a cada una de ellas y leyendo sus historias, obras, libros, proyectos.
Los meses siguientes busqué otros grupos de crianza en los parques y en lo que acá se llaman „escuela para padres“, sitios para ir con niñes pequeños, y me encontré con otras madres que no hablaban especialmente de cochecitos nuevos ni de la decoración de Ikea. Algunas también se sentían así como yo, felices y agotadas al mismo tiempo, y me abracé a esos encuentros.
El mundo era un poco menos hostil y Joan ya había cumplido un año. Festejamos en la residencia comiendo torta en el jardín y que rápido pasó me dijeron muchos de los que ahí vivían, qué rápido, no?