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Ni una menos

Illustración a partir de un texto de Larisa Zmud para Maria Cher Argentina. El 3 de junio de 2015 nace Ni una menos como una  expresión masi...

mayo 22, 2015

Hace un año vivía en Estocolmo




Ciudad silenciosa Estocolmo donde soy extranjera. No pertenezco aquí, vine a quedarme un tiempo. No sé cuanto. Pido permiso. Trato de hablar bajo. Como soy de cantar alto en la ducha si los vecinos me escucharán me pregunto. Pero las paredes son gruesas por el frío, y las ventanas tienen doble vidrio. Vivo a quince minutos del centro junto al bosque. Los negocios cierran a las seis de la tarde. Veo a los ciervos pasar desde mi ventana. Comen plantas concentrados en masticar bien, mientras mueven sus orejitas. De lejos parecen perros grandes, y si abro la ventana se alertan por ruido quedándose inmóviles, si el ruido persiste, huyen. Saben que son presas. Es la primera vez que veo un ciervo. Entristezco cuando pasan cuatro meses y no siento el sol. Es nostalgia entiendo después, y es de noche otra vez. Es de noche a la mañana. La gente es distante pero amable y distante. Me olvido un poco del mate. Necesito café, café oscuro como la noche en el día. Los supermercados tienen muchos productos y tardo siempre en elegir. No entiendo las palabras y compro cualquier cosa. Busco objetos y comidas que me resulten familiares. También probar cosas nuevas. Le saco fotos a las frutas y a las verduras que no conozco. Después me olvido de mirar las fotos y buscar que verduras eran. Un cartel en los vegetales indica el país de donde proviene cada uno. No compres tomates holandeses que son crecidos de granjas con luz artificial me dicen. Son los mas baratos, los compro igual. De Argentina hay manzanas. Elijo cuatro para hacer tarta. En invierno hay muchas raíces. Se hace sopa con ellas. Todos los platos suecos tienen papa. Ciudad silenciosa Estocolmo rodeada de agua. Agua clara, limpia, nadan cisnes. Nunca había visto cisnes antes. Nunca había probado caviar, y aquí lo venden en  envases de pomos como dentífricos. Hay que tocar el botón para que el semáforo se ponga verde y podamos cruzar la calle. La gente camina sin prisa. Visten mayormente de negro. Hay una sitio en la ciudad para ir a buscar los objetos perdidos. Me gustaría trabajar ahí y preguntarle a la gente que viene a buscar. Las oficinas de inmigración están completas, hay que llamar y pedir turno a un mes. Contestan solo por carta, para verificar direcciones. Ser inmigrante es tener pilas de papeles y formularios que llenar. Los residentes tienen un numero personal y sin ese numero no se puede hacer casi nada. No se pueden comprar remedios, no se puede tener ni pagando una cobertura medica. Las cosas que hace la gente para conseguir ese número personal. Europa es para los europeos. Rumanos pobres piden dinero en las puertas del subte. Todos los ven pero no miran. Dicen que es algo nuevo que alguien pida dinero todo el día en la calle, que se van a morir de frío. El sistema de salud es muy bueno si tenés el numero. Un sistema igualitario donde todos pagan un mínimo aunque tengan diferentes necesidades. El graffiti está prohibido, y se cumple. El idioma es una barrera cultural. Todos hablan muy bien inglés, solo nativos hablan sueco y unos pocos no suecos aprenden el idioma. No hay que dar besos para saludar. Me gusta saludar con la mano porque es más fácil mirar a los ojos. Y no nos tocamos. El grupo de argentinas en Suecia de facebook se reune en un bar, hablan de las ofertas por internet, de las marcas de maquillaje, de las rebajas en grandes tiendas mientras comen tacos con carne. Yo también quiero saber de las rebajas. Igual no pertenezco allí a pesar de estar en el grupo de facebook. Mi única amiga es de Japón que lejos de rebajas vamos a comprar ropa de segunda mano más barata que las rebajas pero usada, vieja, antigua. Y hay muchos negocios de segunda mano. Y ferias los fines de semana. Hay una feria cuatro veces por año de intercambio de objetos donde no se usa el dinero. También miramos las cerámicas y los artículos para el hogar. Ella es obsesionada con leer todas las etiquetas de la ropa antes que mirar las prendas. Me enseña que tan importante lo que dice el interior como la textura de las telas. Toca todos los géneros. Buscamos con paciencia encontrar algo que nos haga felices, y hablamos de lo caro y lo barato. Practicamos nuestro inglés no nativo. Hablamos pausado eligiendo las palabras correctas. HyM es una firma sueca y cuando voy leo las etiquetas: Todo producido en Cambodia, o en Vietnam. Ikea también es firma sueca: la casa diseñada y las velas en las ventanas. Los suecos que conocí y que me gustaron se burlaban de Ikea, y no iban. Pero en todas las casas bebemos café en vasos de Ikea. Fika se llama encontrarse a tomar café, o tomar café o hacer una pausa con café y comiendo un bollo de canela sueco. La ciudad huele a canela. Los kioscos dentro de los sueltes huelen a a canela. Hacemos culto al fika. Y nos gusta comer y cocinar para comer rico. Compramos todo en la firma de supermercados baratos de Europa. Hongos, arroz, zanahorias, papas, todo lo verde, tomates holandeses. Pruebo el pomelo chino y es ahora mi fruta favorita. Aprendo a usar el aceite de sésamo para freír. Preparamos un plato sueco para Navidad y hacemos las galletas navideñas suecas con jengibre y miel. Nieva en la ciudad. Dejamos las botas embarradas de nieve en la puerta de la casa. No llevamos calzado adentro de la casa. En Estocolmo conozco a Mariana también argentina y vamos a tomar café porque todo es una excusa para tomar más café en invierno -fika- y helado en verano, pero casi no hay verano, y solo encontré dos heladerías pequeñas en la ciudad, una es vegana. Hablamos de no pertenecer a ningún lado. Los días se alargan. Vamos a mirar la ciudad desde una colina que hace de mirador. Hace frío pero no hay noche. En junio el cielo a las once es de un azul diamante marino. Aroma a flores, a pasto húmedo. A San Martín de los Andes. Un día de mucho calor, quizás el único, nos metemos en uno de los canales que están por la ciudad, y nadamos. Meto la cabeza en el agua. Estoy nadando en aguas del mar báltico. Pienso en los vikingos y en que los suecos no congujan sus verbos. Me invitan al fashionWeek de Estocolmo una agencia que se interesó en el blog que escribí en Sophia. Nunca había ido a un fashion week. Los desfiles me gustan. Es como ir al teatro. Bloggeers de moda se quejan de que todo es muy soberbio y que nada que ver a Nueva York. Todos adictos a instagram, porque todo lleva filtro. Las locaciones de los desfiles hacen que vea la ciudad desde otro lugar. Otra Estocolmo donde no hay rumanos pobres. Hoteles dorados. Y un desfile es una pileta publica donde voy a nadar. Los modelos terminan tirandose a la pileta. La red de piletas publicas en toda la ciudad son piletas impecables para ir con carnet a cualquiera de ellas. Los estudiantes pagan mil coronas y pueden nadar todo el año. Conozco a Ingrid de Noruega y me enseña el yoga que ella hace todas las mañanas, practicamos en el muelle sobre maderas para amarrar los barcos. Las maderas sobre el agua se mueven lentamente. El yoga me sale bastante mal. Cuento hasta diez para respirar pausado. Prometo practicar todos los días. No lo cumplo. Yo le enseño los ejercicios de Qi Qong que aprendí en la escuela de Kungfu de floresta. Estaba haciendo el intructorado antes de mudarme a Estocolmo. Pero no lo terminé. Suelo no terminar muchas cosas como no termino de vivir en esta ciudad pienso. Hay un sitio en la universidad para dejar o buscar objetos sin dueño, un espacio para el trueque y me gusta por eso. Encuentro un lápiz de mina rojo que dice hecho en Suecia, y me lo guardo por eso. También encuentro unas zapatillas, una caja de acuarelas y un libro de Dylan Thomas en inglés. Mucha ropa. La mayoría me queda grande. las suecas son más altas que yo. Encuentro cosas para mis amigas. Extrañar se vuelve un verbo abstracto. Siento una extrañeza general. Incluso extraño a amigos de otras épocas con quien ya no hablo, me extraño un poco a mi, a mi perro Theo que murió hace tres años, y la luz que entraba por la ventana en la casa de Parque Chas. También extraño oler la planta de cedrón del patio y a mis amigas de hoy que están en Buenos Aires y que hablamos por skype pero igual las extraño. Tras la cámara me muestran sus tatuajes nuevos, sus casas nuevas, tras la cámara veo crecer a sus hijos. Aunque estén allí nadie se queda en el mismo lugar pienso. Con mi familia hablo cada vez menos. No saben que preguntarme. Y las cocinas de la universidad se transforman en nuestra casa y en nuestras familias. Hay una comunidad que nos abraza a los que venimos de otros lados y nos organizamos para vernos de vez en cuando y comer pan sueco con cosas inventadas, con lo que haya. Le enseño a tomar mate a un inglés. Trabajamos juntos, cocinamos, hablamos y tomamos cerveza de baja graduación que es la barata que venden en el supermercado porque sino hay que ir a un lugar especial a comprar alcohol, que está legislado por el Estado. Que caro es el alcohol aquí. Que frío que hace todo el tiempo. Que limpia está la ciudad. Que serios son los suecos, y así repetimos frases hechas en distintos idiomas para encontrarnos e identificarnos en lo diferente. Ese lugar para comprar alcohol está abierto los sábados solo hasta las tres de la tarde y se llena de gente que busca que beber el fin de semana. Hay secciones de bebidas separadas por tipo o por países. Los vendedores recomiendan y eligen por los indecisos. En la sección de Argentina encuentro pocos vinos que no conozco. Uno se llama La estafa,  me resulta de mal gusto el nombre pero me queda grabado. Parecen vinos producidos solo para exportar, con etiqueta de bailarines de tango hay uno. Pierdo tiempo viendo las etiquetas de las botellas. Encuentro un Gato Negro en la sección de Chile donde hay más vinos. Me acuerdo que ese lo compraba en una época en Buenos Aires, y que me gustaba la etiqueta. Los gatos negros traen suerte o mala suerte, que quiero saber realmente. Compro ese vino solo por nostalgia, y no es rico, pero lo tomamos igual y brindamos mirando a los ojos.